La doncella de Orléans

Pocas personas en la vida, mujer en éste caso, han emprendido el destino de sus actos con tal devoción y vehemencia como la joven Juana de Arco Romée. El peso del deber tras las suculentas voluntades y palabras de Dios, que escuchaba desde los 13 años, hizo que la pequeña Juana se convirtiera en la heroína para franceses y en llave para los círculos políticos más allegados al poder de Francia. La historia de Juana de Arco es la constante legitimidad de Dios mediante golpe de espada, seguridad en sí misma y correrías de sangre. 




Juana de Arco Romée nacía el 6 de enero de 1412 en la pequeña aldea de Domremy, en las profundades del valle del Mosa perteneciente a ése territorio disputado como es la  Lorena, posiblemente muy cerca de aquella inexistente frontera germana. Juana creció en el seno de una familia humilde y trabajadora. Su padre, Jacobo de Arco, se dedicaba a las simples y cotidianas tareas agrícolas, donde su madre, Isabel Romée, ocupaba el principal ámbito doméstico hilando tejidos y cuidando a sus hermanos pequeños.


Conflictividad política

Desde los años treinta del s. XIV, en Europa, se ceñía una cruenta contienda que enfrentaba a la monarquía francesa y a la inglesa, incluyendo a los estados vasallos de cada una. Tal conflicto se denominó como <La Guerra de los Cien Años>, iniciándose en 1337 y finalizando en 1453. <La Guerra de los Cien Años> no debe entenderse como un simple acontecimiento bélico, sino como un proceso. Si la guerra apuntilló toda una serie de disfunciones territoriales y monárquicas, referentes a los reinos de la Guyena y a los territorios Plantejenet, acabará con unas concepciones nacionales muy marcadas por la devastación de la guerra. La Francia en la que nació Juana de Arco, venía asumiendo dolorosas derrotas  y constantes malestares sociales. Tras las batallas de Crecy, Poitiers y Azincourt, grandes contiendas pero no sucesivas, provocaron que grandes territorios, sobretodo en la zona oeste de Francia, fuesen ocupados por guarniciones inglesas donde acechaban pueblos y aldeas impartiendo con crueldad las tremendas cabalgadas.
La monarquía inglesa, heredera legítima de los territorios Plantejenet, anhelaba conseguir desde Eduardo III el trono francés. La batalla de Azincourt, en 1415, dejó tal huella en el orgullo francés que no hubo más necesidad que pactar con Inglaterra. El Tratado de Troyers, en 1420, obligaba a Carlos VI a casar a su hija Catarina con el rey inglés, Enrique V, pero Carlos VI tenía un hijo ilegítimo producto de su relación con Isabel de Baviera. Tras la estupefacción que representó el tratado de Troyers para la nobleza francesa, Carlos "el delfín" recibió el apoyo de duques y condes franceses. Las disfunciones territoriales y los entresijos de los linajes monárquicos hacían más difícil resolver tan larga guerra. 


Situación geográfica después de la batalla de Azincourt (1415)



La misión de Juana de Arco

La pequeña Juana de Arco pasaba los días ayudando a su padre en las tareas agrícolas en la pequeña aldea de Domremy. En aquellos rutinarios días, mientras arrancaba hierbajos de la tierra, oyó una voz y vio un gran reflejo a su lado, era el arcángel San Miguel, como diría después, "lo vi con mis propios ojos". 
Bien entrados en el s. XXI, es difícil cuestionar las visiones de Juana en 1420, es importante apreciar el empaque de la mentalidad medieval, inclusive sopesar los dictados de la consciencia y de la intuición en una época donde la cristiandad abarcaba cada rincón de la sociedad y de la virtud de cada hombre.
Aquella voz que escuchaba Juana se hizo constante y diaria, fue familiarizándose con aquella dicción que le decía que fuese una buena niña, fuese a la iglesia y si se mostraba obediente contaría con la ayuda de Dios, el arcángel le habló que la <desdicha del reino de Francia...había que remediarla>. El arcángel le diría más tarde a la joven Juana, que pronto recibiría las visitas de St Catalina y St Margarita. Al oírlas debería asumir aquellos consejos, aquellas palabras, que a su vez serían la voluntad de Dios.
Juana no comunicó a nadie las apariciones que ella oía y veía, contempló aquellos mensajes como inclusiones diarias, acostumbrándose a la voz melódica de los ángeles. Su conducta fue más retraída y reservada, acudía con más asiduidad a la ermita más cercana y redoblaba sus oraciones. Para sus presentes la nueva situación de Juana no había cambiado, la observaban más distante, pero lo alegaban a los martirios y traumas de la adolescencia. Con el silencio de Juana reservándose sus célicas apariciones, nadie sabia que aquella niña de 13 años dialogaba casi a diario con ángeles y santas. St Catalina y St Margarita estaban forjando en aquella joven, el deber de una misión colosal. <Dios quería que Juana cargase sobre sus espaldas la misión de coronar a Carlos "el delfín" y también la de expulsar a los ingleses y borgoñeses de Francia.>


Batalla de Azincourt


Tras acudir unos días festivos a casa de su tío, la joven Juana le explicó a él los motivos de su misión. Desde hacia años, corría por las ciudades francesas una profecía que era más un rumor, en la que decía que una doncella salvaría Francia. El tío de Juana sopesando la posible opción y sin estar muy seguro de ello, se sumó a la compañía y a la misión de su sobrina. En Vaoucoleurs, acompañada de su tío, Juana de Arco se acercó al jefe de los guardias y comentó que traía un mensaje para Carlos "el delfín", el soldado Baudricourt, jefe de patrulla, pensó que aquella joven había enloquecido y consideró <echarla> a la soldadesca, para que aquellos hombres, ansiosos de placer y gozo, la hicieran volver a la realidad por la vía rápida. El soldado golpeó dos veces a Juana y ordenó a ella y a su tío que se marcharan. Juana volvió a Domremy, su tío comentó aquél suceso a sus padres y a la gente cercana, y ya no dejaron de observar atentamente a la joven. Juana tenía 16 años.

Poco después Juana abandonó Domremy sin despedirse y sin que nadie la viera, sólo una carta llegada semanas después describía su pesar y lamento por haberse marchado de aquella forma. Juana volvió a Vaoucoleurs, allí se instaló decidiéndose a cumplir al precio que fuese la voluntad de Dios. Vaoucoleurs era una ciudad pequeña, sus habitantes rápidamente se hicieron eco de las intenciones de la joven. La veían hilar en su estancia y solía rezar varias veces al día a los pies de la virgen de la iglesia. 
Juan de Metz era un tenaz partidario del "delfín" Carlos y deseaba ver fuera de Francia a los invasores ingleses y borgoñones. Era un armangnac convencido y sus repetidas visitas a la joven Juana le conmovieron. Tras varios interrogatorios por parte de él y un sacerdote para desechar la idea de que Juana estuviera poseída por el maligno, el capitán Baudriacourt, aquél que la hubo golpeado accedió ayudar a la joven Juana para que pudiera visitar a Carlos. En esos instantes toda la comarca estaba atenta a lo que estaba sucediendo. La noticia de que una joven había aparecido y deseaba ver a Carlos para salvar Francia, iba de boca en boca asociándose a la profecía de la doncella.  A la joven Juana se le cortó el cabello y se le vistió de hombre como prevención, por lo que pudiera pasar por los inseguros caminos, asignándole cinco escoltas además de la presencia de Juan de Metz para acompañarla a Chinón, el lugar donde residía  el "delfín". Tras cruzar más de ciento cincuenta leguas, Juana y sus escoltas llegaban el 6 de marzo de 1429 a la ciudad de Chinón.

Juana de Arco y su inseparable corcel blanco



Carlos "el delfín" veía como cada vez tenía menos apoyos y cómo la situación militar le era cada vez más desfavorable, incluso estuvo muy cerca de marchar al exilio. Trató de evadir el encuentro con Juana alegando que sería una joven bien intencionada pero ignorante, incapaz de comprender la verdadera situación. Juana había asegurado en una carta, que llegó a Chinón antes que ella, que sería capaz de reconocer a Carlos sin haberlo visto antes. Cuando Carlos por fin accedió a recibir a la joven, se disfrazó y se introdujo entre los asistentes de la corte. Juana de Arco entró en la residencia de Carlos y seguidamente en la sala de la corte, lo reconoció al instante diciéndole: "Dios os da larga vida, mi rey" el asombro contagio toda la estancia y la corte habló y rumoreó sin cesar tras la seguridad, acierto y aplomo de la joven. El pueblo llano, tras las puertas de la residencia, se conmovió a pesar de las opiniones reticentes de la corte. Tras la sorpresa en la respuesta de Juana, se accedió a que permaneciera en Chinón algunos días a modo de observación. Tras unos días, Juana fue llevada a Poitiers para ser evaluada ante sacerdotes y teólogos. Se le hicieron interminables preguntas para asegurar la veracidad de las intenciones de la joven, inclusive se le llegó a verificar su virginidad, para así desechar todo tipo de especulación herética. Juana ante la impotencia de aquellos sucesos explotaba de impaciencia recurriendo a las palabras recibidas de Dios, y si nadie le creía, ella aliviaría del asedio inglés la ciudad de Orléans: "Dadme hombres y liberaré Orléans".

Orléans

Tras los abrumadores interrogatorios, Juana de Arco, consiguió el respeto y la simpatía de Carlos y de conspiradores como el conde de Tremoville. Se le concedió una armadura y el permiso para escribir a los ingleses, a los que recomendó abandonar Francia. Los ingleses que ya habían oído hablar de la doncella, devolvieron el mensaje con insultos y descalificativos, la llamaban <vaquera> y decían que si caía en sus manos moriría en la hoguera. La joven, al no conseguir su propósito de forma diplomática, consiguió reunir un ejército de diez mil hombres, con la misión de llevar víveres a la ciudad cercada de Orléans y a posterior liberarla. La empresa no fue fácil, Juana convenía la idea de librar Orléans por la vía más directa, sin convenir estrategias de movimiento <Dios está con nosotros>. Tuvo que lidiar y negociar con los propios mandos de su ejército como Dunois y La Hire, para acordar cómo librar Orléans. El 29 de abril, la joven doncella, cruzaba el Loira con unos dos cientos soldados y el cargamento de víveres, la masa de soldados restante quedaría situada en Blois. Unos cuatro cientos defensores de Orléans atacaron el baluarte inglés avanzado de Saint-Loup para no comprometer el desembarco de Juana. La operación fue un éxito, entrada la noche, Juana de Arco, <La Doncella> como se la conocía en Orléans entraba en la ciudad mientras estallaba el júbilo y los vítores. Todo el mundo quería acercarse, querían tocarla, su primer destino tras la exultante entrada fue ir a la iglesia de la ciudad. 


Asedio de Orléans



Tras irse a descansar, fue despertada de madrugada por su escudero: Los ingleses habían comenzado una ofensiva contra los cercados. Juana cabalgó en su corcel blanco alentando a las tropas a luchar con tenacidad y a confiar en Dios, ella misma pasó a vanguardia entrando y luchando en la fortificación de Saint-Loup. La defensa y a posterior el avance hacia la fortaleza inglesa había sido un éxito. Tras la victoria, la visión de Juana se centró en el bastión de Torrecillas, Dunois y otros mandos intentaron retener a Juana y a cientos de hombres que la siguieron. Tras discutir con el gobernador de Orléans, la puerta Borgoña de la ciudad se abrió y Juana se dirigió a combatir. Sucesivas oleadas francesas intentaron trepar las murallas inglesas, nutridos abanicos de flechas se hacían palpables acompañados de chorros de aceite hirviendo. Los cadáveres franceses comenzaron apilarse a los pies de la muralla. Tras cinco horas de duros combates y sin éxitos de relevancia, fue la propia Juana la que se alzó a escalar la muralla, a pesar de que los ingleses querían prenderla para quemarla en la hoguera. Fue herida en el cuello a raíz de una flecha de ballesta, entre flechas y aceite hirviendo sus hombres la retiraron del frente. Estando muy mal herida se puso en pie y señalando el bastión de Torrecillas, le dijo a Dunois: "En nombre de Dios, bien pronto entraré allí, no os quepa duda, y los ingleses ya no tendrán poder alguno sobre vosotros. Para ello, descansad un poco, bebed algo y tomad algún alimento".
 Un par de horas después los franceses volvían a la carga, el estandarte inglés fue abordado desde todos los flancos y la defensa inglesa cedió. Muchos ingleses intentaron huir cruzando el puente del Loira, pero los franceses habían colocado bajo él una barcaza llena de ramas secas. Al prenderse, el puente y todos los soldados que estaban sobre él cedieron a las altas corrientes del río siendo arrastrados por la corriente. Aquellos a los que Juana advirtió y rogó que se rindieran, y en contestación insultaron a la doncella, perecieron río abajo. Orléans estaba de fiesta. Tras fastuosos homenajes, Juana seguía arremetiendo contra la falta de cumplimiento de su misión. Tras varios meses intentando convencer al "delfín" para ser coronado en Reims, su impaciencia se hacia de lo más patente. Los mandos militares vieron relevante mitigar el poderío militar inglés antes de iniciar la coronación de Carlos.
Hacia mayo de 1429, Juana de Arco y todos los mandos militares de la batalla de Orléans se presentaron con ocho mil hombres para conquistar Meun, Baugency y a posterior la decisiva Patay. La acometida francesa fue colosal, las defensas inglesas se desacían a los cuatro vientos con una rapidez inaudita. Juana de Arco postergaba su legado con voces celestiales a golpe de espada, tras la victoria de Patay, ya se la conocía tanto en Francia como Inglaterra como la Doncella de Orléans.
Por fin llegaría el gran momento deseado por Juana, el 17 de julio de 1429, varios caballeros fueron a buscar al abad de Saint Remy, allí se les confirió la sagrada vinajera y tras un complejo ceremonial, Carlos "el delfín" era coronado como Carlos VII de Francia.

Coronación en Reims, Juana de Arco sosteniendo el estandarte blanco


Dios abandonó a Juana o la voluntad de Dios se vio truncada en la batalla de Lagny. Un pequeño ejército comandado por Juana entró en el territorio de la Compiègne. Ingleses y borgoñones formaron un gran ejército para batirse. Tras crueles combates, el ejército de Juana compuesto por unos seiscientos hombres huyeron despavoridos hacia la fortaleza de la Compiègne tras el arrollador ataque inglés. El gobernador de ésta, Guillermo de Flavy, ordenó levantar el puente elevadizo dejando a Juana y a sus hombres a su suerte, alegando la peligrosa idea que suponía correr el riesgo de que ingleses y borgoñeses entraran en la ciudad. El captor de Juana fue un simple arquero inglés del señor de Wandonne. La noticia de que la doncella había sido apresada corrió como la sangre. Tras varias humillaciones publicas, fue enviada al castillo de Bealieu, donde trataría de escaparse. Tras casi conseguirlo, Juan de Luxemburgo, envió a la doncella a un castillo de su propio patrimonio en Cambrai, donde quedaría presa en lo alto de una torre.
Juan de Luxemburgo consiguió hacer un gran negocio, vendió a Juana a los ingleses por un descomunal precio, capital que fue pagado con impuestos extraordinarios en la regiones francesas de influencia inglesa. La joven Juana fue trasladada al castillo de Ruán. Los ingleses no sólo querían matar a Juana, sino deshonrarla de todo su legado. Era necesario desacreditar su memoria, aventar toda la fama que la rodeaba y por supuesto procesarla por las formalidades inquisitoriales. La joven de 19 años fue introducida en una jaula de hierro para ser expuesta a humillaciones. El 21 de febrero de 1431 comenzaba el juicio contra la doncella de Orléans, liderado por el enemigo acérrimo de Juana, el obispo Cauchon y su ayudante Estivet. Durante varias sesiones en la sala de audiencias, se propinó interminables preguntas con doble filo y numerosas trampas teológicas, todo para demostrar su porvenir herético. Quisieron someter a la joven a múltiples <juegos> de tortura para que confesara y se redimiera de sus actos, pero ella alego que jamás, aunque se le rompieran todos los huesos de su ya deteriorado cuerpo confesaría tales banalidades, además argumento que si lo hiciera alegaría que fue a la fuerza.
El miércoles 30 de mayo de 1431, ella comprendió que todo había terminado. Al ser chantajeada y coaccionada públicamente con ser quemada viva, cuestión que la aterraba, abjuró de sus actos en el último instante y al estar físicamente muy perjudicada. Cauchon, Warwick y Estivet tuvieron que reprimir cierta euforia. Tras ser acompañada a la plaza del mercado viejo de Ruán, el padre Midi pronunció un macabro discurso, los aristócratas se habían reunido con sus mejores galas y la soldadesca inglesa estaba impaciente. Juana levantó su quebrada voz para decir que los perdonaba a todos y tras ser interrumpida por el verdugo, la hoguera comenzó arder.


Momento de la hoguera de Juana


CONCLUSIÓN

La joven que hemos descrito nació en un contexto político mucho más complejo e interesado que algunos piensan. Su peripecia política nos deja más de una pregunta ¿visionaria o perturbada? ¿Símbolo o mártir? ¿Instrumento de Carlos VII? Los actos de la joven francesa iban concluyendo en compañía de una profecía que iba cogiendo fuerza a cada paso de Juana. La doncella que coronaría al rey y salvaría Francia, conquistó ciudades y aldeas.
Francia, tras la devastación de la guerra y la crisis política, necesitaba un héroe, un símbolo, y Juana de Arco atestada en su devoción lo fue. La joven tuvo desde los inicios de su andadura varios apoyos aristocráticos, como el conde de Tremoville y el duque de Alençon. Estas personas desde el inicio del conflicto con los ingleses, habían hospedado un gran odio hacia ellos, además de considerables deudas por sus rescates como prisioneros. Su rey legítimo, Carlos VII, estuvo muy cerca de acudir al exilio, por lo que necesitaba a alguien que cambiara de forma radical la situación. Tras el encarcelamiento y ejecución de la joven, Carlos VII tuvo muy poca consideración con la mujer que lo había situado en el trono, su pasividad durante el proceso, me obliga a ensayar la teoría: De que el Tratado de Arrás tenía más de un precio territorial y militar, y la joven Juana fue la otra cara de las monedas. 
Si la "Guerra de los Cien Años" comenzó siendo una disputa entre monarquías, Juana de Arco sería determinante en la concepción nacional de la defensa y reconquista de Francia. Allí, entre voces empíreas y achaques de espada emergió el sentimiento francés, defendido e impulsado por la voluntad de Dios.





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