El bueno de Goering

Posiblemente pocas parejas de hermanos han sido tan contradictorias entre ellas como la de los hermanos Goering. Hermann Goering fue un ambicioso político, segundo al mando del III Reich alemán y Mariscal de la Luftwaffe. Fue uno de los trampolines que impulsó a Hitler a la cancillería de Alemania y participó junto a otros detestables en el proceso del exterminio judío. Pero Hermann tenía un hermano menor, un allegado que no se parecía ni en el físico, ni en la moral, un hermano que constituyó ser todo lo contrario.
Hace relativamente pocos años, desde el punto de vista historiográfico se ha podido rescatar de los archivos la sorprendente historia de Albert Goering. Un hombre inteligente y elegante que se desenvolvió en idas y venidas con el régimen nazi, para hacer aquello que creía correcto: ayudar a los perseguidos.


Albert Goering y Hermann Goering

                                                                       
Albert Goering dejó su trabajo en la aeronáutica para enfrascarse en una de sus mayores pasiones, el cine. Se instaló en Viena y allí comenzó a trabajar para una productora de renombre. Nuestro héroe, considero que es un apelativo adecuado para así no recordar al mayor, era un anti nazi convencido, con principios y concepciones morales distintos. A menudo hablaba en contra de Hitler y de las horrorosas prácticas que hacían los soldados alemanes contra los civiles. Su hermano Hermann, conocedor de la simpatía que tenía Albert por los que él perseguía, lo protegió y lo salvó hasta cuatro veces de la Gestapo. Horrorizado por lo que hacían los nazis, comenzó ayudar a los más necesitados mediante la adquisición de pasaportes falsos, incluso llegó a enviar cartas a los campos de concentración solicitando la puesta en libertad de varias personas retenidas allí, firmando al final de la carta con su honorable e imperativo apellido. Los comandantes de los campos de concentración, al contemplar la firma de la carta, pensaban que era la firma de H. Goering, mariscal del Reich, cuando en realidad era Albert. Viendo que este mecanismo era rentable, accedió al puesto del Departamento de Exportaciones de Skoda, en los sudetes, donde varios de sus ayudantes pertenecían a la resistencia checa. La empresa automovilística había sido reconvertida en fábricas de guerra y Albert dirigía un gran sector. Ante la presión de oficiales de las SS que reivindicaban sus pedidos a la empresa e incluso se presentaban allí, Karel Sobota, ayudante de nuestro héroe, relataba como Albert miraba hacia otro lado mientras ellos hacían mal el trabajo a posta. En Skoda llegó a tener un salario de miles y miles de escudos checos, y buena parte de ése dinero era transferido a fondos secretos creados en Suiza, que tenían la finalidad de financiar rutas de escape que iban desde los documentos falsos, vehículos y pisos francos, toda un red desde el centro de Europa hasta Lisboa.

Nuestro héroe fue detenido hasta cuatro veces por la Gestapo, su primera detención sucedió mientras caminaba por las calles de Viena. Al lado de un establecimiento vio a una anciana que llevaba colgado en el cuello un cartel que decía: "Soy un cerda judía" y a su alrededor había un grupo de soldados alemanes que la increpaba, no más dudas que unos pocos segundos, se introdujo entre la muchedumbre alemana y los increpó mientras recogía a la anciana. Otra anécdota, esta vez más divertida, es mientras Albert estaba en Rumanía, dos oficiales nazis le reconocieron por ser el hermano de quién ya sabemos, y le hicieron el saludo convencional: ¡Heil Hitler! a lo que él incrédulo les contestó: "Podéis besarme el culo".
Albert Goering salvó a muchísimas personas, pero al acabar la II guerra mundial, el peso criminal de su apellido hizo que lo encerrarán en prisión. Para salvar su vida de los Juicios de Nuremberg, elaboró una lista con treinta y cuatro nombres que él recordaba haber salvado. Afín de cuentas esas personas eran las únicas que podían limpiar su nombre y revocar la acusación de los jueces aliados. Si durante el régimen nazi, su apellido había sido su protección, después de la guerra se había convertido en un auténtico obstáculo. Sus argumentos fueron verificados y ratificados, y pudo salir de la cárcel. En la Alemania de la post-guerra nadie quería contratarle, nadie quería tener en su empresa un recuerdo de Goering tan vivo y tan presente. Recibió ayuda de personas que él había salvado durante la represión y el holocausto nazi, donde pudo volver a integrarse en el mundo laboral trabajando modestamente.
La vida de Albert Goering cabe sumarla y exaltarla a otras tantas, que han sido reconocidas por la bondad de sus actos en un período disparatado y demencial. Seguramente y la lista de muertos durante el régimen y la guerra parece interminable, sin el apellido Goering, Albert no hubiera podido dar al mundo tal lección y ejemplo de humanidad y filantropía.

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